¿SOMOS CONSCIENTES de NUESTROS TONOS ANÍMICOS?
¿SOMOS CONSCIENTES de NUESTROS TONOS ANIMICOS?
(Cada lector encontrará sus propios ejemplos)
Mario H Romano, Doctor en Psicología
La vida adulta se construye y organiza
sobre la necesidad de lograr cierta estabilidad personal y social a pesar de
las contingencias fluctuantes y sorprendentes que vivimos.
Identificar y entender sentimientos y
emociones, y percibirlo en otros, permite con-vivir mejor consigo mismo y con
vínculos cercanos.
Los afectos son dinámicos, móviles,
conscientes e inconscientes en su devenir, y responden a contenidos de nuestro
mundo interno y a los estímulos que recibimos. Acompañan las respuestas que
producimos, motivan nuestros intereses vitales y nos permiten conectarnos y
comunicarnos con el medio en que
vivimos.
Diversos estudios confirman que un buen desarrollo afectivo predispone a un
mejor nivel de satisfacción personal, y menor tendencia a generar conflictos.
Favorece el intercambio con otras personas y garantiza el rendimiento manual e
intelectual. En cambio, las dificultades emocionales provocan distracciones
continuas, y cansancio. Conocido es el
hecho que tensiones, ansiedades y angustias acumuladas pueden incidir en un
desequilibrio neuroendocrinoinmunológico. Y por lo tanto desencadenar enfermedades
impredecibles.
Educar emociones es
un proceso que se gesta desde la
infancia y adolescencia, y es un aprendizaje madurativo para toda la
vida.
Incumbe aprender a registrar lo que se siente,
moderar ansiedades intensas, autorregular pulsiones caprichosas, reconocer
límites, razonar y entender, y asumir la
propia conducta.
¿Recomendación para padres?
Generar en el hogar, dentro de lo posible, un
ambiente tranquilo, estable, predecible. No depositar en los hijos problemas
que son de exclusiva competencia de los adultos.
Aceptar a los niños en su natural modo de ser.
Manifestarles cariño.
Comunicar y escuchar, sobre todo escucharlos.
Establecer límites razonables y explicarles su sentido.
Acompañarlos y dedicarles un tiempo.
Dicho de otra manera, que los hijos sepan que
pueden contar con ellos en algún momento del día, o de la semana.
Entre adultos, ¿acaso una buena convivencia no
se basa en el mutuo respeto, aceptación, muestras de afecto, tolerancia, oído
y una actitud disponible hacia el otro?
Las emociones son más intensas, acompañan a las pasiones e integran
descargas pulsionales que en su momento entran en juego. Los sentimientos oscilan según
el placer o desánimo de las expectativas que generan, pero se vivencian más estables y continuos en el
tiempo.
Los
tonos afectivos desnudan nuestros estados de ánimo. Un tono alto pero agradable
y ligero demuestra alegría. Uno intenso y cortante tensión, bronca, enojo.
Cuando es bajo, placentero, apacible, tranquilidad. Pero si es monocorde y
apagado, tristeza.
Siguiendo a Gottman(1), aquellas personas que han tenido un vínculo contenedor y
valorado en su familia, han podido
desenvolverse mejor en el aprendizaje escolar, en los contactos sociales y en
sus vidas personales. Atención, respeto y cariño son
tres condimentos que facilitan un buen desarrollo madurativo.
Las investigaciones de Piaget(2) revelan que los afectos facilitan o inhiben, y operan como influencias
continuas en el proceso infantil y
adolescente. Inciden en el éxito o fracaso, en la percepción selectiva
para la toma de decisiones, en las funciones del pensamiento y en el rendimiento general de la
conducta.
Por último Goleman(3) señala que una baja inteligencia
emocional, predominante en personalidades narcisistas, empobrece el trabajo en
equipo, aísla y vulnera el
rendimiento operativo de quienes la rodean.
Hoy día, el miedo y la
incertidumbre figuran entre las emociones sociales más adversas. Limitan
iniciativas y revelan la emergencia de síndromes depresivo-ansiosos. Inciden en
mecanismos sociales de evasión (sobre todo adicciones), violencia y emergencia de pulsiones destructivas.
Sin embargo, el bienestar anímico personal es en
gran parte el resultado de la sintonía que cada persona es capaz de generarse
a sí misma. Acuerdos internos que
sostienen el deseo de sentirse bien.
Porque sentirse bien es también resultado de un
deseo. Cuando esto no ocurre se puede buscar la causa y el motivo que lo
impide. Es posible encontrarlos encapsulados debajo de la superficie, como en
un iceberg.
“Ver hacia dentro” y registrar lo que sentimos. Si luego comprendemos, vamos
sintonizando…
(1)Gottman,
John, “Criar a un niño emocionalmente inteligente”, Simon y Schuster, EEUU,
1998.
(2)Piaget, Jean,
“Psicología de la Inteligencia”, Edit Psique, Bs As, 1969
(3)Goleman, Daniel,
“La Inteligencia Emocional”, Javier Vergara Editor, Bs As, 1996.
Gracias Mario!!!!! tan claro, yendo al punto, cómo siempre....
ResponderBorrarExcelente artículo! Muy importante para tener en cuenta en la formación de los niños ! Gracias!
ResponderBorrarGracias. Es un tema que sugiere varios matices de reflexión....
ResponderBorrarExcelente, muy claro, de gran ayuda en nuestro camino!!!
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