OXIDANTES AFECTIVOS

Mario H Romano, Doctor en Psicología

 

Las expresiones ofensivas circulan y se desvanecen a diario como moneda corriente. “¡Fijate antes de doblar, tarado!”, “Usted es un relajado amigo, no sirve para nada”, “Sos una pendeja con la cabeza hueca”.

Broncas y tensiones que se precipitan sin anestesia, ni filtro, ni pausa, generadas en otro lugar expulsan su contenido al menor incidente pulsional que se presenta. Y evacuan su carga sin tirar siquiera la cadena.

Otras misivas son sutiles pero tal vez más penetrantes. Desprecios, insultos solapados, abandonos mudos, desaires, indiferencias, que portan el sentido común de subestimar.

Una situación particular digna de ser atendida son las descalificaciones infundadas  permanentes. Erosionan la autoestima, sobre todo en niños, adolescentes y personas susceptibles en la percepción frágil de sí mismas.

Son como oxidantes afectivos que amenazan la consistencia del legítimo amor propio. Afecta la confianza básica y necesaria para el desarrollo sano de la personalidad, y contamina herramientas vitales como la iniciativa, el esfuerzo, la empatía, el desarrollo de capacidades conservadas, vigentes y potenciales.

Gestan un metabolismo anímico adverso para transitar contingencias naturales de la vida, y con el tiempo erosionan en enojos reactivos, malhumor, bronca reincidente, inseguridad, miedos.

¿Cuántos mensajes como “no servís”, “¡incapaz!”, “no te da la cabeza para eso”, “déjame a mí porque vas a meter la pata”,  no vulneran acaso la auténtica autoestima?

Otra muestra no menos nociva es la costumbre de subestimar a través del facilismo o la sobreprotección. Operan como dosis graduales que desvitalizan y empobrecen. ¿O no saben muchos padres y educadores que también se aprende del error?

Claro está que el equívoco requiere el paciente y desafiante ejercicio de discernir, razonar, explicar, tarea educadora menos frecuente por los tiempos vertiginosos del rendimiento masivo, y no personalizado.

En el otro extremo, como contraste, aparece la desaprensión e indiferencia adulta para guiar y orientar. 

Un adulto es capaz de restaurar su propia estima herida, si no ha sido muy dañada en su infancia. 

Equivocarse es natural. Y forma parte del proceso de vivir. Agraviar, en cambio, es corroer el valor de una persona. O prejuzgar sin saber o culpar con ceguera. Es como “matar al ruiseñor”(1), el auténtico sostén interno que alguien tiene de sí mismo, su propio valor. 

(1)Matar a un Ruiseñor, film, EEUU, 1962, Gregory Peck y elenco.

 

 

 

 

 

 

Comentarios

  1. Gracias Mario, Ojalá este texto llegara a mucha gente; está tan claro.... Muchas gracias!

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  2. injurias e insultos , ya es como que perdieron el sentido. Hay familias enteras que terminan sus frases con boludo!?es como un tic. gracias Dr

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  3. Totalmente de acuerdo, en muchos casos está naturalizado dicho trato !!!!

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