FINGIR y no ser

Mario H Romano, Doctor en Psicología

 

Reflexiones que nos tocan de cerca…

Las apariencias engañan más de lo que uno supone. Hasta que se develan y revelan por evidencias que las dejan al descubierto.

Nos referimos a una conducta o actitud de encubrimiento consciente para ocultar algo que no es, o no se es -y no es un simple juego de palabras.

Tema crítico por donde se lo mire. Y útil para el análisis social y personal. Sobre todo en los tiempos actuales donde se cultiva el “dios” de la imagen, el envase más allá del contenido, la fachada, la facha…

Su rasgo principal se traduce a través del verbo aparentar –fingir, simular, representar.

A nivel social puede verse en sociopatías de diferente grado e intensidad: A) Abusos de poder y/o sexuales que se ocultan y reflejan en situaciones laborales, educativas, o camuflados en la confianza familiar o religiosa. B) Fingir honestidad para usufructuar bienes ajenos como desfalco a ahorristas, venta ilegal de terrenos, tráfico de órganos, personas, drogas o mercaderías diversas. Muchas veces ocultos detrás de un alto nivel de vida social y económica.

Los protagonistas son personas centradas en sí mismas, manipuladoras, no les interesan los medios para alcanzar sus fines, no les importan a quienes perjudican y no tienen sentido de culpa por los hechos que generan. Por este motivo nunca reparan. Salvo una instancia superior que los obligue. Otro rasgo: no tienen escrúpulos.

No es igual, y no confundir con personas públicas que viven de los medios de difusión para “venderse a sí mismos” y sostener la construcción figurativa  --mundo de la farándula, políticos, empresarios, etc,- que han logrado.

Otra excepción es la estrategia de marketing que utilizan las actividades de mercado, y conductas defensivas como el alumno que oculta lo que no sabe para no ser desaprobado.

 

A nivel personal, en cambio es una actitud de “cómo si” de naturaleza neurótica.

Es cuando disimulamos algo que evaluamos reprochable o transgresor en una realidad, y tenemos miedo de ser censurados. Porque sabemos que hay diferentes realidades dentro de una misma realidad -familia, institución, amistades, pequeños grupos, etc. Y en general está impregnado por los convencionalismos sociales, y prejuicios adquiridos. 

Varios ejemplos pueden ilustrar, pero es útil que cada lector/a apele a sus vivencias. “En esta familia oculto que tengo un amigo que es gay, o lesbiana porque…”, o “no opino para no exponerme al comentario de…”, etc. 

Aquí prevalece el deseo de ser aprobados -no ser rechazados-, y sentirnos aceptados, y queridos.

De modo particular en personas con apego vincular que no han alcanzado madurez y autonomía adulta suficiente y valorarse, independiente de la influencia de personas significativas de su entorno.

Cuando esta conducta de fingir se hace frecuente -según circunstancias- se generan riesgos para la salud anímica:

a) Limitar nuestra sinceridad al punto de ser inauténticos, y como defensa replegarnos y aislarnos en la fantasía.

b  Tendencia a una reiterada apariencia superficial para sostener una imagen, y al costo de un creciente malestar con nosotros mismos.

c)    Fingir y no ser. O aparentar lo que no es. Lleva a un desencuentro con uno mismo. Salir del propio eje. Alienarse. Desear lo que otros desean que lleguemos a desear, y no desear por nosotros mismos.


 El camino es conocernos y aceptarnos, amarnos con nuestros aciertos y equívocos, y aprender a superar los límites que estén a nuestro alcance. Cada uno somos únicos, irrepetibles, biográficos y singulares en nuestro modo de sentir, pensar y hacer. 

¿Por qué y para qué fingir? ¿Por miedo a no ser reconocidos? ¿Qué sentido tiene que únicamente nos acepten -y nos quieran- solo a quienes complacemos?

 

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